H o n e s t i d a d
Por Ralph Pfau
“Dios, concédeme la gracia para verme a mí mismo
Como tú me ves, para que, conociendo Tu Voluntad,
Esté capacitado para ejecutarla”.
La anterior oración la he usado durante muchos años como un preludio a todas las conferencias que he dado a través del país, y lo hecho así porque siento que al hacerlo estoy pidiendo la cualidad más necesaria de toda sobriedad: La honestidad. Enfatizando más, porque siento, después de tantos años de experiencia conmigo mismo y con muchos otros alcohólicos, que ella es la “esencia” de todo el programa de A.A., no vacilo en asegurar a cualquier alcohólico, no importa cuan bajo él o ella haya descendido, que si puede llegar a ser honesto consigo mismo alcanzará y mantendrá la sobriedad.
La palabra Honestidad viene del latín “honestas”, que significa “unidad”, unidad con la verdad. Somos honestos con nosotros cuando nuestras opiniones, actividades o acciones ESTÉN DE ACUERDO CON LA VERDAD. Somos honestos con los demás cuando en nuestras relaciones con ellos, tanto de palabra como de obra, estamos de acuerdo con la verdad en nuestras palabras y acciones. Todo lo demás es deshonestidad con todas sus varias connotaciones: dobles manejos, excusas, mentiras, apariencias, o lo que usted piense.
Como alcohólicos, terminamos siendo los más deshonestos de todos los seres humanos; terminamos patológicamente desho-nestos, los más completos mentirosos del mundo. Esta cualidad se hace evidentísima en las reacciones que la mayoría de nosotros tuvimos cuando por primera vez, en alguna forma, se nos insinuó que podíamos ser alcohólicos. O la explosión que siguió a esta inesperada insinuación: “¿Yo un alcohólico? ¡Imposible!”.
Esta básica cualidad, la deshonestidad, en cierto modo nos “fuerza” a tomar una falsa posición para con los demás. No nos atrevemos a dejarlos conocer la verdad. Como resultado de esto vienen los interminables encubrimientos, las innumerables excusas.
Aún en aquéllos que creíamos tener una vida espiritual, la deshonestidad saturaba todo lo que hacíamos. Nuestras ora-ciones en sí mismas no solamente no pasaban de ser meras palabras sino una positiva mentira. ¿Recuerdan? “¡Oh, Dios, sácame de esta borrachera y nunca volveré a tomarme un trago!” ¡Los grandes mentirosos! No estamos pidiendo la gracia de la sobriedad; estamos pidiendo que DIOS eliminase la “herida”. Y así cuando la herida se curó, se volvió a lo mismo otra vez.
El resultado final de todo esto en el alcohólico fue un lío de confusión, desconfianza y todas aquellas otras “circunstancias fuera de lo normal” que lo acosaban todos los días en su carrera alcohólica.
Es así que, antes que cualquier otra cosa, es necesaria la honestidad, antes de que el alcohólico pueda sencillamente “empezar a estar sobrio”. La felicidad-serenidad simplemente no existen sin la honestidad. Ella es como la grasa en el eje, la salinera en la rueda, el torno en la confección de la rueda, el eje y la salinera. Ella hace que nosotros encajemos en la vida de modo que los conflictos normales y las fricciones que provienen de ellos, no produzcan calor o destrucción o lleguen a hacer obstáculos insuperables.
La historia está llena de ejemplos de la diferencia entre la honestidad y la deshonestidad en el caso de lo primero encontramos muchos ejemplos de los éxitos que inevita-blemente siguen el camino de la honestidad; en el caso de lo segundo, encontramos muchos ejemplos de sombríos fracasos que sencilla e inevitablemente siguen los atajos de la deshones-tidad.
Miremos algunos de los hombres y mujeres cuyo éxito sin precedentes puede ser atribuido a su honestidad.
Está primero San Pablo. Su nombre era Saulo. Era un ciudadano romano. Odiaba el cristianismo y a los cristianos. Pero era honesto en su odio. En el relato de las Escrituras lo encontramos en el camino de Damasco para traer más cristianos a la tortura y a la muerte. Él los odiaba. Las escrituras nos relatan que él “estaba respirando venganza” a medida que cabalgaba en su búsqueda de víctimas humanas. No lo estaba haciendo porque alguien se lo hubiera dicho; ni por lo que pudiera decirle si no lo hacía; ni como un jugador práctico; ni tampoco lo hacía como un categórico “gesto” humano. Lo estaba haciendo…. “respirando venganza”, porque él los odiaba y con su persecución lo estaba consiguiendo. Honestamente él los odiaba; y para su mentalidad iluminada por la gracia, estaba haciendo lo que pensaba que debía hacerse.
Entonces algo sucedió. Hubo un brillante destello de luz y un repentino rayo de iluminación y Saulo en un instante fue derribado de su caballo. La honestidad y la gracia de DIOS se habían encontrado de frente. Saulo era un hombre orgulloso, era terco, pero era un hombre honesto. Y cuando la gracia de DIOS llegó de frente a tal persona, el orgullo y la terquedad se fundieron por completo bajo el calor de los rayos de la gracia. La gracia está capacitada para entrar libremente en la mente y en el corazón de tales seres, porque no existe para ella ningún obstáculo como una “mente cerrada”, “un corazón cómplice” o el de una “mala voluntad”. La honestidad es buena voluntad. Y, ¿Qué dijo cristo? “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. A los hombres honestos.
Y así, cuando Saulo fue derribado al suelo y oyó una voz que le decía, “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?, inmedia-tamente respondió, “¿Quién es al que persigo?”.
¡Cuán diferente hubiera sido la respuesta de un persona deshonesta! Oigan: ¿Perseguir? ¿Qué quiere usted decir? ¿Perseguir? ¿Quién esta persiguiendo a quien? Debe estar equivocado de persona”. Puntos de vista, mentiras, excusas, propia justificación, deshonestidad.
Y volviendo a Saulo, encontramos que a causa de que la gracia entro en su corazón y voluntad, DIOS lo guió para que llegara a ser el Apóstol de los Gentiles, el Gran San Pablo, porque fue honesto. No lo escogió DIOS necesariamente porque era honesto, pero, habiéndolo escogido, la gracia fue efectiva hasta el punto de la santidad. Porque fue muy honesto. La honestidad no es un requisito para ser escogido por DIOS para tareas especiales. Pero, al ser escogido, ella es la diferencia entre la gracia aceptada y usada y la gracia rechazada y mal usada, como lo testimonia un ejemplo: Judas.
Hubo también una María Magdalena. Para citar a Matt Talbot,”ella era enteramente una perdida”. Cuando su camino y el de Cristo se cruzaron, ella era una prostituta; simplemente una común y ordinaria prostituta. Aquí nos apresuramos a explicar: Aquí hay dos tipos de prostitutas. Un tipo, es el de la mujer que sigue este denigrante camino por amor al dinero que hay en ello. Vende su cuerpo por amor al dinero que le pagan, no por ninguna otra razón. Realmente abomina de aquellos con los cuales se asocia y todo lo relacionado con ello. Hay también el otro tipo. Son la minoría. Se complacen con la prostitución por amor a la prostitución en sí misma. Se asocian con los hombres porque exactamente quieren hacer eso. No son prostitutas por su educación familiar o por las dificultades. No están complaciéndose en la prostitución porque alguien las fuerce a ello. No venden su cuerpo por la mezquina paga que reciben por ello. Están haciendo lo que hacen simplemente porque lo quieren hacer. Aman hacerlo.
“¡Extraño!”, dirá usted. Sí, pero honestas. La Magdalena fue una de las tales; Magdalena fue honesta. Fue una prostituta porque amaba serlo; porque quería justamente eso.
Y entonces, algo sucedió. Una vez más en la jurisdicción de la gracia, la gracia y la honestidad se encontraron de frente. La Magdalena y Cristo, se encontraron frente a frente. Cayó a sus pies admitiendo totalmente su condición y derramó lagrimas sobre sus pies a los ungió con los cabellos. Entonces, la gracia traspasó su “abierto” corazón, ese corazón que estaba tan inclinado a amar la lujuria. Y bajo los calidos rayos de aquella gracia, ese mismo amor tendió el vuelo por sí mismo y alcanzó el pináculo de lo sobrenatural y se enamoró de Cristo. Y nunca más ese amor sobrenatural la abandonó.
Fue tan grande en realidad el amor de Cristo por ella que, como correspondencia, la escogió para aparecérsele después de su resurrección, antes que a Pedro y al resto de sus apóstoles. ¿Por qué? Él mismo nos lo reveló cuando dijo: “Porque ella ha amado mucho”. Equivocadamente, sí, pero honestamente.
¿Agustín? Aún en lo más oscuro de sus pecados, Agustín demostró destellos de su fundamental honestidad cuando oró: “¡Oh Dios mío! Dame la gracia de la pureza, pero todavía no”. Y fue así como, cuando la gracia de DIOS y Agustín se encontraron en aquél afortunado atardecer, Agustín inme-diatamente preguntó: “¿Qué quieres que haga yo?”, sin ninguna excusa, sin preguntar el por qué; sin autojustificación. Y Agustin fue llevado a tomar su puesto en medio de la elite de DIOS como uno de los más grandes teólogos de todos los tiempos, porque fue honesto.
A través de la historia, todos los grandes de DIOS llegaron a serlo porque fueron honestos. Por otra parte, muchos, muchos más de los que podemos imaginar, aunque pudieron haber sido escogidos para ocupar lugares de grandeza en el esquema de las cosas de DIOS, fracasaron porque fueron deshonestos.
Observemos los grupos de A.A. ¿Quiénes son los que están sobrios y tienen serenidad? Aquellos que son honestos. No son necesariamente aquellos que conocen mejor los Doce pasos. No son necesariamente los “santos”. Pueden ser igualmente todavía grandes pecadores. Pero son honestos. La honestidad es la mejor política.
Demos ahora una buena mirada sobre todos los “recaídos”. ¿Qué es lo que está mal? Simplemente no quisieron ser honestos. En igual forma en el Gran Libro A.A. leemos en capitulo V, que los únicos que no tienen la más mínima posibilidad de éxito en conseguir la sobriedad son aquellos que “son incapaces de tomar el programa con rigorosa honestidad”.
Por otra parte leemos en el Gran Libro de A.A., “buena voluntad, honestidad y mente abierta son necesarias para la recuperación… son indispensables”.
En los primeros tiempos de A.A. no había doce Pasos, ni Gran Libro; había solo tres axiomas:
1.- Sea honesto consigo mismo (honestidad)
2.- Limpie su casa (honestidad)
3.- Ayude a otros (honestidad)
Por otra parte, nunca he vacilado, por temor a una válida contradicción, en hacer esta declaración: “Si una persona es honesta, y honestamente lo intenta, permanece sobria”.
Veamos cómo este principio de la honestidad afecta todas las áreas de nuestro diario vivir. Veamos como la práctica de la honestidad todos los días, nos trae no sólo la felicidad a nuestras vidas, sino que nos capacita para ajustarnos segura y exitosa-mente durante toda nuestra vida.
1. En nuestra vida de hogar.
La honestidad dará a cada miembro de la familia su propia realidad. Y en lugar de que cada cual trate de pensar en “lo que pudo haber sido”, o en “lo que pudo no haber sido”, trabajaron todos juntos en “lo que puede ser”.
Las querellas, que son parte y parcela de todo hogar, pueden ir y venir sin causar los continuos rencores y resentimientos, porque la honestidad nos dirá que la forma más rápida de resolverlas es: no haciendo de ellas un problema.
Que el esposo y la esposa tienen una disputa… Eso pasa. ¿Qué causa en realidad el problema? Cuando el esposo y la esposa se mantienen “pensando en ella” o rumiándola repetidamente, la honestidad nos enseña que todos somos humanos y por lo tanto propensos a hacer pequeñas cosas mezquinas. Pero la verdad es que no son más que una indicación de la falta de amor.
La honestidad nos enseña a aceptar a todos los miembros de la familia como ellos son. Y así no gastaremos, el casi incontable tiempo, tratando de cambiar a los demás. En la misma forma nos enseña a trabajar en nosotros, porque la realidad es, en este negocio de la naturaleza humana, que por lo general no podemos cambiar a los otros pero sí podemos cambiar nosotros. Y también se puntualizará a lo largo de estas mismas líneas que, entre más cambiemos nosotros, asombrosamente, más empiezan a cambiar los demás con nosotros.
La honestidad nos enseña que amor en el hogar significa dar sin demandar. Amor es sacrificio.
Es la experiencia común de ministros religiosos, médicos, psiquiatras, jueces y todos los que trabajan como consejeros, que todos los que llegan ante ellos con sus problemas familiares, siempre llegan con el argumento; “él no quiso hacer esto” “Ella no quiso hacer aquello”. “Nunca oyen”. “Yo no tuve o no hice aquello”. O “Yo no tuve o no hice eso”.
El esposo se queja constantemente de los “regaños” de la esposa; ésta constantemente se queja de la “vociferaciones” de aquél. Una valoración honesta de la naturaleza humana nos enseña que es de la naturaleza del hombre “vociferar” y que es de la naturaleza de la mujer “regañar” y que no hay mucho que la otra parte pueda hacer acerca de ello. Solo aceptarlo.
Todo miembro de A.A. –miembro honesto- ha llegado a comprender que la inmensa mayoría de sus problemas se deben a sus propias faltas, mientras que por años, él o ella, culpaban a los otros. ¡Y cuán buenos aparecen el marido y la esposa bajo el lente claro de la honestidad!
Una de las razones más comunes para alegar el divorcio es por lo general el resultado de la deshonestidad. Oigamos las mentiras y engaños de dos personas que planean casarse: “Porque no quiero que él sepa nada”; “seguro, tengo faltas, gran cantidad de ellas, pero no quiero que ella las descubra”; ¡Oh, justamente amo lo que él ama, ciertamente amo los libros, los deportes”; (realmente nunca abrió un libro desde que salió del colegio y nunca antes practicó los deportes). “Vivo loco por el baile, las fiestas y la gente”. (Realmente abomina el baile, las fiestas y la gente).
Entonces se casan, las emociones gradualmente desaparecen; las fricciones se desarrollan: ¡Incompatibilidad!
“Si hubiera conocido la clase de persona que eres, jamás me hubiera casado contigo”. Y ¿Por qué no se conocieron mutua-mente? Deshonestidad.
El amor es ciego, o así lo dicen; pero la pasión es engañosa y tramposa. La honestidad es la mejor política.
También están los niños. Una de las más grandes razones por las que los niños adquieren actitudes equivocadas hacia la vida, es la inherente a la deshonestidad de sus padres. El consentimiento, o lo que el Dr. Strucker de la Universidad de Pensilvania llama “mamitis”, es una forma de deshonestidad. Al consentirlo los padres tratan de llevar al niño a esperar de la vida algo que la vida no les va a dar. Fallan al no dar al niño un enfoque honesto de la vida; en obsequiarlo y no enseñarle lo que la vida inevitablemente le enseñara. Las Escrituras también nos lo enseñan: “Ahorra el garrote, y consiente al niño”. ¿Sabes porque? Porque la vida muy frecuentemente usa un garrote, gústenos o no. La honestidad hará que el niño se acostumbre a lo que la vida le dará a la largo. La honestidad es la mejor política.
2. En nuestra vida social.
La honestidad en nuestra vida social lo primero que nos enseña es que, como miembros de la sociedad, tenemos obligaciones definidas con ella. Por lo tanto, trataremos de no “sacarles el cuerpo” con tanta frecuencia a esas obligaciones. Los intereses de la comunidad, el bienestar común, la necesidad de nuestro vecino.
La honestidad también nos indicará claramente quién es nuestro vecino. Nos enseñará que “todas” las personas caben en esta categoría porque todos son hijos de DIOS, como tú y como yo. Así la honestidad nos previene de discriminar a alguien a causa de su nacionalidad, creencia, color, condición social, pobreza o males que nos hayan hecho. ¿Recuerdan? “Yo os digo, amad a aquellos que os odian… perdonad a vuestros enemigos”. Y también, “Éste es el mas grande de los manda-mientos… que os ameis unos a otros”. (Fijaos bien, Él no dice gustaos unos a otros. Así, si ellos no nos gustan, al menos podemos amarlos).
Finalmente, la honestidad en nuestras relaciones sociales nos guardará de llegar a ser unos “trepadores sociales”. Nunca debemos tratar de aparentar lo que no somos, o recalcarlo chistosamente. No debemos ser esa clase de gente que usa “términos rebuscados, palabras alambicadas”, cuando en realidad no tiene ninguna educación.
3. En nuestra vida de negocios.
Es el negociante honesto el que en última instancia alcanza el triunfo, y esto es cierto en cuanto a que el negociante sea honesto consigo mismo. No hay camino más seguro a la bancarrota que el atajo de la propia decepción, que siempre es la triste situación del negociante que se engaña a sí mismo sobre la verdadera condición de su negocio. La honestidad es la mejor política.
4. En nuestros asuntos financieros.
No todos estamos capacitados para ser hombres de negocios, pero todos tenemos que ver con las finanzas. Se meterá en enredos aquél que es deshonesto al apreciar su propio estado financiero (sus reales posibilidades económicas). Lo testimonian aquellos que siempre viven por encima de sus ingresos; aquellos que tienen siempre mas obligaciones para cubrir cada mes que las que pueden cumplir; que compran cosas que nunca necesitarán o nunca usarán. No se pueden excluir de esa categoría a aquellos pobres compañeros o compañeras que siempre están comprando algo porque es una ganga. ¿Qué van a hacer con aquello que compraron? No lo saben,… ¡Pero es una magnífica ganga!
5. En nuestra vida emocional.
“Mentiras para salir de una mentira que dijimos,… para salir de una mentira que dijimos,… para salir de una mentira que dijimos…” Esta constante evasión de la verdad, responsabilidad y realidad, causa tensión nerviosa, miedos emocionales, y una “aceleración mental” en procura de cubrir las deshonestidades de ayer. El ser humano que nada tiene que esconder ni de DIOS ni de los hombres, es aquél que vive libre de tensiones, de crisis emocionales y “nerviosas”. El miedo es el que engendra la mayoría de los problemas emocionales; pero aquél que es honesto nada tiene que temer (a nada tiene miedo).
Aún aquellos que desesperadamente y a toda costa tratan de agradar a todos, son deshonestos. La sabiduría lo enseña y la experiencia de la humanidad lo demuestra, que nadie puede gustarle a todo el mundo. La honestidad nos enseña a no intentarlo. La honestidad nos sugiere que hagamos siempre lo mejor que podamos con lo que tenemos y si nuestros actos disgustan, e incluso “hieren” a uno que otro, esto es algo de lo cual no debemos preocuparnos. Es asombroso ver cuántos seres humanos viven en una continua “agitación emocional” por tratar de complacer a todo el mundo. ¿Lo creerán ustedes? Tales seres humanos por lo general terminan “disgustando” a más gente de la que hubiesen desagradado si no se hubieran empeñado tan desesperadamente en hacerlo. La honestidad es la mejor política.
6. En nuestra vida mental.
Usamos la expresión “aceleración mental” para definir un fenómeno bastante común en la gran mayoría de los alcohólicos y los neuróticos. Los mentirosos “impenitentes” están comple-tamente conscientes de este proceso. ¿Saben cómo comienza? Usualmente se inicia con la “simulación” y la “mentira” en un frenético esfuerzo por eludir la realidad; en un loco empeño de sobrepasar la realidad; en un constante empeño de olvidarnos de nuestro prójimo. Esto es parte y parcela de las mentes de los criminales y a menudo es responsable de que ellos se entreguen a la drogadicción. En realidad es simplemente un deshonesto intento de vencer “mañosamente” a la verdad. Nada de esto se encuentra en los planes de los cuerdos, porque ellos buscan la verdad y tratan de ajustarse en sus actos y en sus vidas a esta verdad aprendida. Por el contrario, el mentiroso, el “simulador”, la gente deshonesta, al arrancar de ellos la verdad, están cons-tantemente entregados a evadir la realidad y la responsabilidad. La persona honesta descansa en la meditación y la paz mental; la persona deshonesta se retuerce en conflictos mentales, temores y “aceleración mental”. La honestidad es la mejor política.
7. En nuestra vida física.
Muchas enfermedades “repentinas” se presentan por la deshonestidad al rehusarnos a reconocer o aceptar los síntomas. Las fallas del corazón, la súbita pérdida de la salud, la vejez prematura en muchas personas, podrían haber sido evitadas si hubiesen sido honestas con los médicos y consigo mismos y hubiesen hecho algo acerca de los síntomas que ellos como mínimo sospechaban. Generalmente hay tres actitudes básicas de las personas que consultan al médico: dos son deshonestas y una es honesta.
Primero están aquellas que van con la determinación de convencer al médico de que están completamente bien. En su intento usarán toda clase de evasivas, falsas respuestas para conseguir que el médico los declare ciento por ciento sanos. En muchas, muchísimas ocasiones, tienen éxito en engañar al médico y a sí mismos, pero no pueden engañar a su cuerpo. Tarde o temprano viene la pérdida de la salud, el ataque cardiaco, la repentina embestida de la vejez antes de tiempo.
Están aquellos compañeros o compañeras que en su auto-compasiva hipocondría van al médico con la determinación de convencerlo de que no están bien de salud. Al menos inconcientemente está pretendiendo obtener una excusa con “certificado médico” para eludir muchas de las respon-sabilidades de la vida. Si fallan en convencer al médico, tratarán de adquirir un reconocimiento de otras personas de que ellos están enfermos. Si fallan en esto, al menos tendrán éxito en convencerse a sí mismos. Son deshonestos. Son infelices. Están realmente enfermos, pero no de una enfermedad para “quejarse”. Los llamados hipocondríacos subvencionan a muchas casas de productos farmacéuticos.
Y también tenemos a la persona honesta que se acerca al médico para un chequeo. ¿Qué está buscando? Desea conocer la verdad, porque conociéndola puede ajustar a ella sus hábitos de vida. Tal persona puede encontrarse con un cuerpo enfermo, pero a pesar de su enfermedad puede estar relajado, con paz mental y felicidad, porque conoce los hechos y vive de acuerdo a ellos. Es honesto. Envejecer elegantemente es otra manera de decir, envejecer elegantemente. La honestidad es la mejor política.
8. En nuestra vida espiritual.
No hay una área de la vida en la cual la deshonestidad cause tantos estragos y en donde la honestidad sea un factor tan necesario para el éxito como en la vida espiritual. De hecho, una de las razones primordiales del fracaso en la vida espiritual y en el crecimiento espiritual es la de una valoración deshonesta de sí mismo. La mayoría de la gente se considera o peor o mejor de lo que realmente es. Esto es deshonestidad y es un obstáculo a la gracia de DIOS.
Analicemos esto más concienzudamente. Están el compañero o compañera que siempre tiene, en su engañadora autocom-pasión, más defectos de los que realmente tiene; o encuentra que todavía tiene defectos cuando piensa, en su autocompasión, que debiera estar libre de ellos “después de haber trabajado tan arduamente por tanto tiempo”. Estos no van a ninguna parte. ¿Por qué? Olvidan o no desean aceptar el hecho de que en la vida espiritual, el trabajo de eliminar defectos en cuanto concierne a nosotros, radica en ejecutar el trabajo de base, o sea, detectar dichos defectos.
El buen éxito en eliminarlos está en manos de DIOS, ¿Cuándo? Cuando Él lo decida. Y esto generalmente sucede, mi amigo, el día que se llega a ser humilde, lo que significa ser honesto. Porque humildad es verdad. Y en verdad, honestidad y humildad nada tienen que ver con la autolástima y el menosprecio de uno mismo.
Aquél que se desaprueba a sí mismo niega tener ciertas cualidades de que el buen DIOS lo dotó para compartir con sus semejantes. El aceptar que estamos dotados de cualidades no es orgullo; lo es el rehusarnos a dar el crédito de esos talentos a Aquél que nos los dio. Todos absolutamente todos, tenemos cualidades. Algunos tienen muchas, pero ellas son dones que se nos han dado no para nuestro honor y gloria sino para el beneficio de aquellos que conviven con nosotros. El negar tener estas cualidades es deshonestidad; el negar que son dones de DIOS es deshonestidad. Pero el reconocerlos, el aceptarlos, el usarlos y el dar gracias a DIOS por ellos es honestidad. Y ¿Quiere saber algo más?, esto a menudo conduce a la satisfacción. El rehusar usar nuestras cualidades con el pretexto de que nos haría orgullosos es una bella excusa para permanecer pecadores.
Somos como somos, llenos de defectos y dotados gra-tuitamente con ciertas cualidades. Esto es honestidad, es humildad. ¿Qué nos libera de nuestros defectos? La buena voluntad más la gracia. ¿Qué nos capacita para usar exitosamente nuestras cualidades? La buena voluntad más la gracia.
Y en nuestra vida espiritual, ¿dónde aprenderemos a ser honestos? ¿Dónde encontraremos la buena voluntad? ¿Dónde obtendremos la gracia? En una honesta oración y meditación. Demos una rápida ojeada a la segunda parte del Undécimo Paso: “pidiéndole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para aceptarla”. La honestidad es la mejor política.
9. En nuestra vida de A.A.
La sobriedad es el resultado de la honestidad. La mayoría de nosotros, cuando nos acercamos por primera vez a A.A. fue para hacer la admisión de que éramos alcohólicos,… que nuestras vidas eran ingobernables. Pero aceptar esto es ser honesto,… es honestidad.
En los primeros tiempos de A.A., no había doce pasos; no existía el gran libro. No había una “fórmula” comprobada de éxito. Los miembros pioneros de A.A. tenían solamente que trabajar en ellos las tres cosas que antes hemos mencionado. Pero estas tres cosas enfatizan la necesidad de la honestidad.
La desgastada excusa dada por aquellos alcohólicos que rehusan acercarse a A.A. es: “No estoy tan mal, A.A. es sólo una manada de borrachos perdidos”. ¡Deshonestidad! Encontra-mos la misma excusa dada por muchos que no asisten a la iglesia: “son un rebaño de hipócritas”. A ambos les decimos: “Usted puede también asistir, siempre habrá espacio para uno más”. La honestidad es la mejor política.
Al concluir esta discusión sobre la honestidad quisiera citar, para una concienzuda reflexión, lo siguiente: Aquél que peca y reconoce y admite que pecó, puede y probablemente alcanzará la gracia, la serenidad y la salvación; pero aquél que peca y no reconoce, ni admite que pecó, no tiene ninguna oportunidad, porque no lograría nada si fuera salvo de sus pecados. Así que ahí lo tienen. La honestidad es la mejor política.